jueves, 22 de enero de 2009

El Flavio - Curandero

En una de las tantas salas de juego que han crécido como yuyos verdes en nuestros caseríos entrerrianos, en una noche de esas malas de consuelos aguados, de neblina tupida y consejos con maní, me lo encontré a él.

Bien se sabe que a los Germanes en las costas nuestras les llamamos Germancho, o por ahí si no andamos sobrados de sobrenombres los apodamos Caíto, pa´que el gurí no ande por el mundo innombrado y falto de espiritu; al menos de esta manera puede entrar, en cuerpo de hombre y pantalones de albañil, a jugar tranquilo un fulbito con los sanguangos del barrio.



´Tonces como les decía, me lo encontré al Germancho, semi apoyado en la barra de la timba, con cadera tipo esquina, simulando comportarse como gente de bien. El Germancho nunca tuvo buena fama de vestidor, ni de laburante, pero esa noche, quizá, por haber entrado a garrapatear al casino se había puesto casi lo mejor que tenía, zapatos negros con taco de goma de dos centimetros, un yin gastado en los bolsillos y un pulover de esos de cuadritos torcidos medios verdes y lineas amarillas con brotes de rojo en algunas partes, que no puedo precisar porque tampoco es mi mayor virtud el arte de las pasarelas.



Lo veo al Germancho y él enseguida me ve a mi. Como dos culebras nos embocamos con la mirada, como con blutú nos enganchamos. ¿Que hacé guampa? me dice, bien, a quemar un rato de tiempo al bar vine, le digo, ¿Sí?, aja, digo yo. Vamos a sentarno´ un rato, ¿el laburo bien, no?, ´tas juntando los morlacos allá, ¿donde questabas vos?, Rafaela, le digo con poco ánimo - a ver si la gente me escucha.



Nos sentamos y no se demoró mucho pa decirme lo que les voy a contar, porque le pregunté que hacía mañana, y me dijo que venía una familia que era amiga de la flia de él de San Nicolas, y que se venían especialmente para... ¡que me lo contaba a mi pero que no le diga a nadie!eh!!, que se venían para visitarlo al curandero de Seguí, el que quedaba para el lado de Crucesita Septima, o de la escuelita 27 de Febrero, no me acuerdo bien, pero que se llamaba Flavio.



El Germancho para que ustedes se ubiquen tiene como quince años de medicina estudiao, pero tiene muchos años de tierra en las orejas manejando camionetas en caminos de tierra como pa boludearme con las cosas que me cuenta; porque uno puede ser muy estudiao pero estas cosas se aprenden en la calle y se comprueban con la vida nomás. El Germancho entiende bastante de las cosas porque no al pedo a vacunado gurises en Rosario y se ha dibujado la raya con fibra después de pasar madrugadas enteras a mate amargo adelante de un libro de 3/4 de kilo de hojas.



Me mira a los ojos y me dice, vos nos vas a creer lo que yo te voy a contar pero es verdad Juan. El otro día fuimos con mi viejo, porque andaba medio jodido de la columna por culpa del gallinero, a lo del curandero de Seguí, ¿seguramente escuchaste hablar?, y yo a pesar de no saber, respondí que sí; y vos sabes que cuando ya estabamos llegando salió el Flavio para afuera pa recibirnos; el Flavio es el curandero. ¡No sabés lo que es! Es un lungo grandote, así como yo, arremangado andaba encima, una casita chica tiene, viste, se agacha para entrar, y cuando nos vio llegar con mi viejo en el fiat 1100 ya nos caló de entrada nomás. Nos miró y nos dijo, ustedes me buscan a mi, ¡y sí! dijimos los dos como hipnotizados, si estaba el cristiano este, cuatro perros pulgosos y nosotros nomás en el medio del polvaredal. Pasen, nos dijo, y nos mandamos.

No sabés lo que era el rancho, había como quince gauchitos giles, de todos los tamaños, hasta había uno sentado en una moto, del encuentro de motoqueros de diamante era. Tenía una Difunta correa, el cuadro de Ceferino Namuncurá, el que tenemos en el galponcito de mi casa, ese, unas virgenes de todos colores, que anunciaban la humedad, el viento, el estado de las nubes y hasta si ese día le tocaba laburar a los muchachos de vialidad provincial.



Lo miró a mi viejo y le dijo, usté´ sufre de colubna, ajá, y tiene problemas para ir de cuerpo, ajá, ¿se hizo los analesí?, sí, ¿y?, tengo piedras en la vesicula, ¡y sí! se le ve en los ojos, y renguea un cacho además, usté tiene ya problemas de cálculos, ajá.



Venga, le dijo, lo cazó del brazo, viste, lo sacudió para acá, para allá y por ahí lo levantó con todo el socotroco ese de humanidad que tenía el morocho y le hizo repiquetear los huesos de la columna y lo largo, guaahhhh, hizo mi viejo, lo tendrías que haber visto, verde se puso, y ahí nomás mi viejo me mira y me dice, "me aflojó mierda", así me dice, se agarró de la cintura, me miró a los ojos y me sacudió la cabeza afirmativamente... y ya está, no faltó que me diga mas para que me de cuenta que lo había curado.



No habló mas el Flavio, se lavó las manos en una palangana que tenía abajo de un crucifijo gaucho, se secó con una tohalla colgada en una silla de mimbre y se fue para afuera , pal campo chiflando bajito nomás. Mi viejo, no podía caminar casi, lo agarré, saqué del bolsillo unos pesos que había llevado y se lostiré arriba del mantel de plástico que tenía en la mesita donde estaba uno de los gauchitos giles y nos fuimos a la mierda. Y vos sabés que cuando ya estaba yo por entrar al auto, después de meterlo a mi viejo que ni hablaba del susto, se dió vuelta, por allá atrás cerca de unas gallinas el Flavio y me gritó "ahhhh, cabezon y fijate de llevarle el auto al taller de Yulín, que se nota de lejos que anda medio flojo de aros"