miércoles, 20 de junio de 2007

Contador de cuentos

No se si es costumbre de los entrerrianos o solo de mi familia, pero la mentira se ha tornado ya en algo carnal.
Asistir a una reunión familiar y esquivar la mentira es tan absurdo como intentar bañarse y no mojarse el pelo, siempre, por mas que uno no lo quiera, el pelo de tal o de cual manera termina humedeciéndose en algún punto, aunque mas no sea por el efecto de la transpiración de la bolsita de nylon.
En la familia de mi vieja, por el camino del medio desde Aldea San Miguel para el lado de Don Cristóbal, los domingos nos juntamos a contar historias.
Este fin de semana pude observar y por primera vez en los veintiséis años que tengo, percatarme, que en la familia Portillo no nos juntamos a comer asado, ni a vernos la cara y preguntarnos que tal estamos, no nos reunimos en el campo para disfrutar de la naturaleza, ni nos encontramos para homenajear a alguien, salvo que este alguien sea la escurridiza mentira, porque de última es esta la única beneficiada en esta gran parafernalia de los domingos en el campo, en que decididamente nos hacemos presentes con la simple necesidad de contar historias.
Vamos llegando desde temprano y con pocos saludos cada uno empieza a alimentar el contador de cuentos que tiene dentro. Algunos son chistes, comentarios sobre fierros y cosechas mal paridas, embarazos incipientes y la mesa se empieza a endulzar con las historias mas picantes, las mas graciosas y las mas resueltas.
Ninguno de ellos sabe, que es, cada uno a su manera, un contador de cuentos profesional, a pesar de ser reconocidos en toda la zona por sus historias, pero nunca nadie les hizo ver este punto.
En la sobremesa abundan historias de chacotas que hacían en los carnavales de la zona, de los bailes en que se sacaban a bailar las mujeres a cabezasos y las madres acompañaban a las hijas a los eventos, de cuando le robaron la rueda del carro a Curuzú, de por que el Jesús comía tanta mandarina y ahora ofrece las que están en la tapera de los Barzola, la historia de Don Portillo, mi abuelo, que se limpiaba el culo con un marlo de choclo y cuando ya no le quedaban mas líneas blancas al marlo, lo golpeaba contra el piso, para descascarlo y lo usaba de nuevo para luego guardarlo entre la pared y el techo del escusado.
Está la historia de Cartuchin el perro que cazaba comadrejas por obligación, hasta que un día quedó atrapado en una cueva y dos semanas después apareció flaco y hecho una bola de barro. La historia de Pepe que comía polenta y se secaba la frente con el mismo pañuelo con que se limpiaba la boca y le quedaba toda la frente amarilla.
En fin, abundan las historias, los cuentos, las mentiras, y me pregunto cada domingo como el pasado, si será propiedad de los cristianos que nacimos en la vendita tierra entrerriana esta cosa de querer contar cosas a toda costa o será tan solo una degeneración familiar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es propiedad de los entrerrianos, sin dudas.

Anónimo dijo...

Es que la cruda realidad no existe, amigo entrerriano. Todos necesitamos que nos cuenten historias. Por eso será que una vez leí que se puede vivir sin un amante, por ejemplo, pero no sin un narrador. Teoría a la cual no termino de darle crédito y que estoy investigando en un exhaustivo trabajo de campo. La vida es muy sosa sin historias, así que si su familia las cuenta, bienveidas sean!!!! (este antecedente familiar me explica de dónde saca ud. su labia)