sábado, 7 de noviembre de 2009

Archicofradía literaria


Con un amigo, casi hermano, hemos cultivado parsimoniosamente, en el transcurso del último par de años la agradable tarea de participar de un Encuentro Literario. A esta liturgia casi mística solo participan un manojo de entendidos en letras y buenas costumbres en un pueblo donde las primeras escasean y las segundas raras veces son sacadas a relucir.

Los jueves por la noche, se junta el elitista grupo del que les hablo e intercambia recomendaciones de lectura, poemas indescifrables y textos inentendibles, abrumados de extravagancia. Allí, a ese lugar de buenas expresiones y malos pensamientos habituamos concurrir con mi compadre. Concurrimos a ese lugar a florearnos con historias inverosímiles de nuestra tierra lejana, manifestando a todos los vientos que no se trata de otra cosa mas que de literatura contada, de un poco de claridad en el oscuro atardecer de la retórica. Concurrimos con la excusa de la buena lectura, con el plumaje abierto en defensa del arte, con la brocha gorda al amparo del buen gusto. Y ahí vamos noche tras noche, sin su conocimiento ni consentimiento, con fines definitivamente mas moderados que el del resto de las luciérnagas, fines que no superan, en el mejor de los casos, la expectativa de conocer una hermosa dama, beber gratis algún brebaje importado de alguna provincia vecina o simplemente apoderarnos de unos minutos de sabiduría del grupo de leguleyos de la prosa y el encaje literario.

Ha sido en las últimas veladas, sin embargo, que se ha detectado o al menos se ha percibido la verdadera intención de nuestra participación tan terrenal. Difícilmente podamos, mi cumpa y yo, disimular nuestra atracción por la literatura cuando entre los concurrentes a dichos encuentros se halla uno con semejantes baluartes de la lectura. Por otro lado poco o nada hemos aportado, y todo esto lo digo desde la distancia y haciendo un significativo ejercicio de autocrítica, para tornar creíbles nuestros comportamientos, cuando con la boca llena de maní hacemos referencia al Péndulo de Fucolt con un chizito prendido en un escarba dientes, meciéndolo entre la concurrencia, o criticamos concienzudamente que Ensayo para la ceguera no fue precisamente el mejor disco de los Twist.

Ha sido en las últimas veladas, también, en que la predisposición del grupo se ha visto menguada y es poco probable que podamos mantener este ropaje de intelectualoides por mucho tiempo mas; ya el grupo, ya la elite de que les hablo aclama por un minuto de sabia lectura de nuestra parte, por un momento de ilustrado comportamiento, por un cacho de cultura por parte de quien escribe y su estimado compañero, pero el lúgubre proceder poco ha hecho para argumentar nuestra dedicación.

No obstante hemos cosechado, en el trancurso del último año y casi como por fenómeno de decantación, con este gran amigo y coterráneo una saludable costumbre que obliga de tanto en tanto pedir el pase a cuarto intermedio de los periódicos encuentros. Cuarto intermedio en el que gustosamente nos reunimos con este paisano, a disfrutar de un plato de sopa caliente, una conversación de mujeres y deleitarse en paz, ahora si de una buena lectura.

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