La siesta es el momento en que todo entrerriano se encuentra consigo mismo, es un tiempo de regresión a la infancia, al momento en que la solapa (que viene bajando la loma) espanta los gurises y amedrenta las gallinas. El origen de la siesta debe buscarse mas bien en razones antropológicas que en meras alucinaciones nostálgicas, lugar común en que muchos citadinos lectores podrían llegar a caer.
Uno no duerme la siesta simplemente porque tenga sueño. Se duerme porque se piensa, porque se corta el día por la mitad y se arranca de nuevo.
Nuestro andar pausado, nuestro buen trato, nuestro mate de amigos, tiene como preámbulo una buena siesta y como corolario el tan mentado “¿Entrerriano? – Ah, buena gente”.
No se puede andar por la vida a las corridas sin una buena siesta. El ser humano empecinado en romper los procesos naturales no hace distinción ante este pedacito de patrimonio entrerriano.
Dormir la siesta es una excusa para echarse un rato al lado del gurí mas chico, para levantarse con más ganas que antes y tomarse los cuatro amargos cortitos antes de salir disparado. El pescador que se levanta a las cuatro, el tambero de las cinco y el vaqueano de las seis duermen la siesta, desayunan a las nueve un tarro de leche caliente y vuelven al laburo y me vienen con que la siesta es cosa de haraganes.Una siesta de cuarenta y cinco minutos no demora a nadie ni prohíbe seguir viviendo… me voy a dormir una y vuelvo.

