Que paso?- Preguntó extrañado el muy bestia, que podrá saber de muchas cosas, pero no podía no saber que el mate amargo si se usaba para dulce, perdía todo el gusto dado por la curada exhaustiva de una semana de dedicación.
Como le vas a echar azúcar “agombau” no ves que es amargo, si tenés el tuyo de palo santo para el dulce!!!- le dije con una mezcla de sentimientos cruzados que oscilaban entre unas ganas de pegarle y unas ganas de matarlo.
Había perdido mi primer mate en manos de un porteño, asesino serial de porongos y gran lavador de mates, con un promedio de tres cebadas con yerba todavía seca. A Huguito le decían el mago, porque ni bien le daban el mate para que cebe, enseguida lo devolvía convertido en sopa de palos.

A modo de ilustración, se dice que los jesuitas a cargo de la “educación” de los nativos, al ver que tenían esa costumbre tan atroz del mate, y relacionándolo enseguidita nomás con alucinógenos, lo quisieron suplantar introduciendo en el paraíso, escaso en vicios banales, el cigarrillo.
Habrán podido introducirnos el cigarrillo (por la boca), pero no lograron eliminar el mate; para su decepción, sigue acá vivito y coleando, cansado de tanto auge, y lo toman hasta los jesuitas.
Para la próxima entrega: “Cronología de la curada del mate”, pero antes tengo que tener una charla con mi viejo que difiere en algunos puntos.
Este post fue escrito por el Silvio, que me pidio se lo cuelgue
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